Lo leí y se me puso la piel de gallina... porque por un segundo fui ese niño, que no entiende de horarios, obligaciones y apuros. Que por suerte al principio no escucha y sigue en su mundo de fantasía... pero en algún momento escuchan, y el cuento nos muestra las palabras y su peso... las palabras como estigma, las palabras que anclan, y teñimos toda esa inocencia de gris.
Por suerte encuentra un lugar donde mantener su niñez a salvo... Es verdad que tampoco los adultos podemos entregarnos a ese mundo de fantasía... Y dejar todo librado al deseo del niño (aunque estaría bueno por un rato), pero... Y si negociamos??? Si nos levantamos un poco más temprano?... ¿si adaptamos un poco nuestra vida y la de ellos haciendo lugar a ambas necesidades? ¡seguro todos vamos a estar más contentos!
Y las palabras.... LAS PALABRAS.... ¡¡¡¡¡que den alas!!!!!