Es igualita a su mamá". "Tiene la sonrisa de papá". "La nariz es como la de su tía". "Tiene manos de pianista". Esas frases son las primeras que escucha una niña a quien todavía no le pusieron nombre y a la que toda la familia le pronostica profesiones y le "lanzan… una lista interminable de nombres". Menos mal que la mamá logra dormirla. Pasa el tiempo y el abuelo, la abuela y las tías siguen visitando a la niña esperando que hable, comparando el color de los ojos o las cosas que hace con su futura vocación o amenazando que si no come tal verdura no podrá ser fuerte. Luego acompañan a la niña a su primera clase de natación y vuelven las predicciones: "será buza", "será campeona de natación", "será una valiente salvavidas". Y así, hasta que un día aprende a treparse a un árbol para gritar que es ella y nadie más que ella. Aunque no sepamos su nombre podemos oír su grito: "Soy yo y nada más".
Un cuento divertido que muestra hasta la exageración un mundo adulto que ve en un niño a toda una generación y le atribuye a cada habilidad una herencia familiar. Nada más cercano a lo que debe sentir un/a chico/a cada vez que los grandes comparan.